Como los especialistas rituales que nacen con signos de gracia (tales como tener una Cruz de Caravaca en el paladar, llorar en el vientre de la madre o nacer un viernes santo) nací el 22 de Noviembre, día de Santa Cecilia, Patrona de los músicos. En el colegio, me expulsaron de las clases extraescolares de música porque el profesor (no exento de razón) no soportaba mi hiperactividad. En ese tiempo jugaba con arpas de boca, tocaba una flauta dulce e intentaba hacer música con un teclado electrónico precursor del mítico Casio PT1. En el instituto me apunté a clases de guitarra en una escuela de música folclórica que era lo único que 1984 podía encontrar en Talavera, mi pueblo. Aburrido, convencí a un guitarrista de orquesta para darme clases y luego fui probando con unos y otros hasta llegar a Toledo, donde comencé a viajar a Madrid para intentar aprender en diferentes escuelas. Todo fue, salvo alguna excepción, una "pérdida de tiempo" absoluta.
Durante cinco años viví de la docencia musical y algo está claro: mis alumnos aprendían a tocar sin excepción, independientemente de sus talento. Su desarrollo posterior dependía de su capacidad de trabajo. Ahora, tras un parón motivado por diferentes circunstancias: salud, formación, trabajo, etc., vuelvo a disfrutar de la música. Espero que dure mucho, o que lo que dure me siga haciendo feliz. Mientras tanto iré compartiendo la experiencia.