Todo mi mundo está poblado
de una presencia inquietante y desgarradora.
De una huella contradictoria de amor y desamor.
De una batalla sin cuartel entre la razón y el corazón.
De un pulso que mi dimensión emocional ha perdido ya contra el logos,
aunque ella aún no lo sabe.
Es el debate entre los porqués estériles y los “paraqués” felicitantes.
Es la ironía del destino que regala vacío a un hombre lleno
(de vida, de proyectos y de sueños).
Es la tristeza encarnada y la rabia descarnada.
Es el dolor obligatorio frente al sufrimiento opcional.
Y todo para aprender lo siguiente:
que el ser humano está tejido de jirones de enigmas difícilmente desentrañables,
y que la vida está a tan sólo un nanosegundo de ponerse patas arriba.
Pero para eso,
no hacía falta escribir este poema.