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El verdugo es ese personaje siniestro que generalmente camina erguido con un hacha en la mano o un gran martillo. A veces lleva el pecho descubierto y los ojos vendados para ocultar su identidad. El verdugo tiene una misión clarísima: ejecutar a la víctima. Por ejemplo, en la Edad Media podía el ser responsable de golpear con un martillo enorme la cabeza del condenado recibiendo vítores y aclamaciones de la plaza pública. La plaza habitualmente estaba llena hasta rebosar para ver el espectáculo. La masa rugía ardientemente ante semejante ejecución para satisfacción de las autoridades que veían en la diversión del pueblo enardecido un muro de contención frente a potenciales protestas sociales.
La comunicación no verbal del verdugo es muy clara, los brazos a la espalda o en las caderas diciendo aquí estoy yo, no necesito cruzar los brazos para proteger mis órganos, porque yo soy el hombre que ejecuta. Con la barbilla ligeramente levantada y las piernas separadas, muestra su poder. Su postura es desafiante. Impertérrito, se encuentra sólo en el patíbulo, con un gesto de seriedad extrema, elevado por encima de la multitud. Él sabe que es el centro de todas las miradas, como el torero en la plaza, o el delantero en el campo de fútbol ante el lanzamiento de un penalti. De hecho, es el protagonista, el héroe, el ejecutor, el que se encarga de resolver las cosas incómodas, como “el lobo” en Pulp Fiction o Don Vito Corleone en el padrino.
La víctima es esa persona que camina acongojada, con un lenguaje corporal que muestra su vulnerabilidad extrema, que sabe que va a ser el despojo que satisfará las burlas y risas de todos y todas los que asisten al terrible espectáculo. Camina encorvado, con la mirada perdida, sin fuerzas, con paso lento y tortuoso, instalado en la queja, en la culpa, en la crítica, en el reproche, lamentándose por su mala suerte, por la traición de los demás, por no valer nada, por haber caído en desgracia. Porque es la víctima. La víctima no puede hacer nada para cambiar su destino y los grilletes en sus tobillos dan fe de ello. Lleva las manos esposadas o atadas y avanza flanqueado por protección militar para no ser despellejado y linchado por la muchedumbre. El gentío abuchea, insulta, desprecia al condenado que arrastra los pies mal vestido o harapiento…
Ahora, pulsamos la pausa en el mando a distancia y detenemos la escena en Netflix: tenemos tres planos, un primer plano con la víctima llorando y con las rodillas hincadas en el suelo de la plaza invocando piedad, un segundo plano ligeramente desenfocado con el verdugo sobre el patíbulo sosteniendo en un brazo elevado un martillo enorme y un tercer plano que nos muestra la multitud prácticamente desenfocada agitada, gritando sin control, con las bocas abiertas y los puños en alto en actitud de celebración.
La pregunta clave es ¿por qué hay un verdugo? Porque lo ha puesto el señor feudal. No. Porque es el hombre más fuerte del pueblo. No. Porque es el heredero de una larga tradición de verdugos. No. Porque estaba en el guion de la película. No. Hay un verdugo porque hay una víctima. Hay un torero porque hay aficionados. Hay un delantero lanzando un penalti porque hay espectadores. Hay una influencer porque hay seguidores que dan a “me gusta”. ¿Y por qué hay una víctima? Porque hay un verdugo. Y esto es así de claro y así de sencillo.
Pregúntate ahora: ¿Qué tiene que ver esta escena con tu vida? ¿Cuándo eres víctima? ¿Cuándo eres verdugo? ¿Eres el héroe porque asumes toda la carga laboral, todas las responsabilidades, porque puedes con todo? ¿Eres un verdugo que no puede más con su martillo? O por el contrario eres la víctima a la que han condenado y ves tu vida como un cúmulo de mala suerte o circunstancias adversas. Nunca te salen las cosas bien. Todo se pone en tu contra. O ¿eres unas veces víctima y otras veces el verdugo?
Piénsalo tranquilo o tranquila. Tómate tu tiempo. Y luego algo que puedes hacer es bajarte del patíbulo y caminar con tu martillo de un tamaño razonable, utilizándolo para construir algo sencillo o complejo, pero a nivel de tierra. También puedes quitarte los grilletes y las esposas y empezar a caminar con ropa normal por la calle, sencillamente, hacia los asuntos de tu vida. Pero cuidado porque toda decisión lleva acarreada una gran responsabilidad y el público te seducirá para que sigas siendo el verdugo, su héroe o para que sigas siendo su víctima, la contribución necesaria al espectáculo. Tendrás que resistir la tentación y seguir caminando como un ser anónimo, realizado y feliz, pero sin ovaciones, ni vítores, ni alabanzas.