¿Te sientes atascado? ¿Te cuesta conseguir el éxito? ¿Sientes insatisfacción? ¿Ves algunos problemas como un muro infranqueable? ¿Te cuesta decir no? Si tu respuesta es no, enhorabuena, no tienes que seguir leyendo. Si, por el contrario, puedes responder sí a alguna de las respuestas anteriores, me gustaría dejarte algunas pistas para combatir cuatro obstáculos para la acción: el miedo, tu discurso interior, el tiempo y el ego. La idea es presentarte los cuatro factores que más encuentro en los procesos de coaching en los que trabajo, teniendo claro que es tan sólo una aproximación rápida para que los identifiques al menos.
El miedo es el congelador universal, el que te paraliza para la acción, y responde, fundamentalmente, a factores genéticos. Es una respuesta o una emoción que procede de nuestro cerebro más primitivo: el cerebro reptiliano. En su raíz existe una amenaza percibida, que generalmente no es real. Cuando nos da miedo enfrentar algo y, en consecuencia, nos paralizamos o huimos, en un primer momento es posible que se deba a una respuesta hipotética de una amenaza. Sin embargo, cuando un miedo persiste, por ejemplo, el miedo a dejar el trabajo, el miedo a cambiar de pareja, la respuesta ya ha pasado del cerebro reptiliano al neocórtex, la parte cerebral más racional. Lo que sucede, probablemente, es que estemos en un bucle de parálisis por exceso de análisis o atrapados en un miedo irracional.
La solución para vencer un miedo es, precisamente, hacer lo que nos da miedo, soportar la incomodidad, tolerar la frustración, aguantar el malestar del otro, dar el primer paso, pensar en lo peor que nos puede pasar y si no es tan grave, empezar. Y si no te sientes capaz, busca un profesional que te ayude. No dudes, será la mejor inversión de tu vida. No renuncies a tus sueños por miedo.
El discurso interior es esa especie de monólogo recurrente que mantienes contigo mismo. Por lo general suele tener un carácter negativo y tiene la facultad de convertirte en aquello que crees que eres. Si, permanentemente, te dices a ti mismo que no vales, que no vas a ser capaz, poco a poco irás definiendo tu personalidad y te irás convirtiendo en aquello que crees que eres. Es un fenómeno conocido como la profecía autocumplida. Por alguna razón, el lenguaje condiciona el pensamiento y el pensamiento modela nuestras conductas. Es decir: cuida tus palabras y tus palabras cuidarán de ti.
La solución para vencer al discurso interior no es tratar de eliminarlo, sino que la solución pasa por revisar cómo te hablas a ti mismo y empezar a lanzarte mensajes que te ayuden emocionalmente a sentirte con armonía y felicidad. No importa que no te lo creas, hazlo. Dedícate cinco minutos a transmitirte lo contrario de lo que habitualmente te dices de forma negativa. En otras palabras: sé consciente de lo que te dices y cuéntate cosas bonitas sobre ti mismo. La transformación interna es el preámbulo de la transformación exterior.
El tiempo nos paraliza en muchas facetas. Por ejemplo, cuando decimos que no tenemos tiempo no somos conscientes de que lo único que tenemos es tiempo y que el tiempo no puede gestionarse. Lo que se gestionan son las prioridades. Afortunadamente, existe una solución para este mal, parar. Porque si no paras tú, te parará la vida. No obstante, a mi juicio, la faceta en la que más perjudica el tiempo es en relación con qué referencia temporal tomamos en el día a día: el pasado, o el futuro. Si te pasas la vida mirando al pasado negativo, estás condenado a la depresión. Siempre estarás lamentando haber perdido algo, enfadado por no haber conseguido algo o resentido por no ser capaz de perdonar, o resignado por fingir aceptar lo que no aceptas. Si, por el contrario, te pasas la vida mirando el futuro en negativo, probablemente tendrás una naturaleza ansiosa o temerosa de lo que pueda suceder.
La solución es que hagas todos los esfuerzos posibles por mantener tu pensamiento la mayor parte del tiempo en el aquí y en el ahora. Puedes probar la meditación, el yoga, o el mindfulness, o parar periódicamente para hacer algún tipo de centramiento. Estar mentalmente en el pasado o el futuro en clave negativa sólo te va a acarrear parálisis.
Por último, el ego. El mayor azote de la sociedad contemporánea. El ego no es el egocentrismo, no es el egoísmo, no es nuestra soberbia, ni nuestra arrogancia, no es nuestra codicia, ni nuestro deseo infinito de reconocimiento. El ego es la consecuencia antropológica de nuestra necesidad de ser amados, de proteger nuestra condición de animales vulnerables, el ego es un mecanismo de supervivencia que nos hace colocarnos en el centro sin piedad, sin compasión, a cualquier precio, a costa de lo que sea. Y lo peor es que el ego te conoce a ti mejor que tú mismo porque el ego habita en ti.
La solución es más compleja, puesto que en primer lugar requiere de la toma de consciencia de qué es el ego y para ello no hay otra opción que conocerse a uno mismo, iniciar el sendero infinito del crecimiento interior, de la búsqueda personal, de la preocupación por quién eres. La buena noticia es que se puede atemperar, vigilar y moderar para que obstaculice lo menos posible tu avance en el camino del ser.