Publicado en la Revista "Aquí".
Últimamente, llevo un llavero muy curioso: un pequeño y extraño objeto en 3D de un material rugoso y esponjoso, con colores muy evocadores del pop de Warhol que me regalaron en un curso de formación en Madrid: Live it! Curso de inteligencia de Pareja. He observado que dicho llavero tiene tal poder de atracción de la mirada que podría servir como amuleto de protección sobre el mal de ojo. No sé si sabrás que las propiedades apotropaicasde un objeto son aquellas que le caracterizan por proteger a quien lo lleva contra alguna forma de mal. De hecho, los amuletos según la literatura etnográfica han de ser objetos pequeños que puedas llevar junto a ti y con determinadas propiedades inmanentes que le hacen que te dé suerte o que te proporcione protección. En este sentido, históricamente, lo fálico, por diversos motivos (su carácter puntiagudo, su representación simbólica del dios griego Príapo, por su naturaleza relacionada con la fertilidad, etc.) ha sido utilizado para combatir el mal de ojo. Incluso, una de las características de los amuletos que tienen el poder de combatir el mal de ojo es su capacidad de atracción de la mirada del aojador y, en consecuencia, evitan que la mirada ponzoñosa se dirija al niño, o a la persona destino del hechizo. Aquí es donde mi llavero despliega su función protectora: en su capacidad para atraer la mirada.
Las personas que me conocen han atribuido fundamentalmente dos fuentes posibles al origen del objeto: el capricho de llevar una pieza a escala pequeña de alguna forma de arte contemporáneo, o el recuerdo de algún objeto ritual relacionado con la antropología. Y la verdad, es que no van desencaminados. Como acabamos de ver, el fuerte color rojo, combinado con el rosa (el efecto crómico), sus tres finalizaciones en punta (lo punzante aleja los maleficios), lo pequeño del objeto y la rareza etnográfica del mismo, bien podría ser un amuleto contemporáneo que en breve podría empezar a ocupar catálogos de elementos protectores contra el mal de ojo. Por tanto, claramente, responde perfectamente a las características del objeto ritual. Por otro lado, en relación con el arte contemporáneo, estoy convencido de que, próximamente, comenzará a aparecer decorando museos, jardines, y plazas públicas en hierro, bronce, metacrilato coloreado, etc. Su naturaleza alegórica, simbólica, su poder de representación de lo femenino o del hedonismo, bien podría ser un gesto de justicia social en este milenio de la mujer.
John Austin y John Searle realizaron una gran aportación a la filosofía del lenguaje con su reflexión sobre los actos de la lengua, o actos lingüísticos que han sido determinantes para el pensamiento del siglo XX y siglo XXI. El lenguaje no sólo sirve para describir la realidad, sino que además la construye. Es decir, si yo digo: “el texto que estás leyendo está compuesto de palabras”, estoy describiendo la realidad. Primero existía un texto y después yo lo describo. Pero supongamos que yo declaro: “te felicito por leer este texto”, no estoy describiendo nada, estoy haciendo el acto de reconocer tu esfuerzo por leer. Por tanto, el lenguaje tiene el poder de describir o de crear una acción. Rafael Echeverría, en su Ontología del lenguaje, además, explicó que las declaraciones eran ese tipo de acciones que tiene el lenguaje que van más allá de las descripciones. Por ejemplo, la declaración del sí, la declaración del no, la declaración de ignorancia, los juicios, las promesas, etc.
La declaración de ignorancia, concretamente, es la manifestación del ser humano mediante la cual reconoce ignorar algo. Es tan importante que, si una persona no reconoce su ignorancia, cierra las puertas al aprendizaje, al crecimiento personal, a su desarrollo como individuo. Es más, cuando nos reímos de alguien que no sabe, estamos atentando contra su capacidad de crecimiento, contra su posibilidad de ser mejor persona y no le permitimos ampliar su campo del conocimiento.
Pues bien, efectivamente, mi llavero es un clítoris. Y te garantizo, que como me ha pasado a mí hace muy poco tiempo, la sorpresa al ver el clítoris con su forma completa es total. Y cierro con dos reflexiones. Primera: nuestra sociedad penaliza la ignorancia, con lo que la vergüenza nos evita decir no lo sé, no lo conozco. Lo que conduce, inevitablemente, al círculo vicioso de la ignorancia, porque sin declaración de ignorancia no hay aprendizaje. Segunda: si por la razón que sea no te atreves a declarar tu ignorancia públicamente, al menos hazlo para ti y cuando llegues a casa indaga sobre aquello que desconoces, al fin y al cabo, el camino del crecimiento personal dura toda la vida.