En mayo de 2016, tomé un par de decisiones que sabía que marcarían un punto de inflexión en mi vida. La primera, salir de un trabajo que no me satisfacía, aunque me ofrecía la comodidad de un sueldo estable y una gran oportunidad de formación. La segunda matricularme en la Universidad Francisco de Vitoria en un proceso de formación de dos años para certificarme como coach dialógico.
Ahora que miro atrás, me parece increíble el giro que le he dado a mi vida en lo personal y en lo profesional. El crecimiento que ha supuesto para mí el placer de reinventarme, descubrirme, conocerme mucho mejor, trabajarme y esforzarme cada día por mejorar un poco junto al otro, es una vivencia para la que las palabras se quedan necesariamente pequeñas. Hay experiencias intransferibles, que sólo pueden conocerse desde dentro. Recorrer el camino arte del coaching dialógico es una de ellas. Todo suma en un camino sin fin.
Cierro este ciclo de aprendizaje con la convicción de haber convertido mis límites en orillas y con la consciencia de mi ignorancia frente a un nuevo universo volátil, incierto, cambiante y ambiguo. Y, además, me siento más retado que nunca para tener presencia plena frente a lo que la vida me interpele, seguro de que el coaching me ha reestructurado como un ser humano completo, necesitado del otro y dispuesto a superarme cada día.
Sólo puedo estar agradecido a la vida por haberme dado tanto y todas las personas que me ha acompañado en este proceso porque sólo por estos dos años, mi vida ya ha merecido la pena. Gracias, gracias, gracias.