(Publicado en la revista Aquí)
Érase una vez una joven tortuga que vivía muy ajetreada en una hermosa isla de La Polinesia. Su nombre era Kochy y era conocida en su territorio por su conducta ejemplar. Trabajaba de sol a sol y siempre que podía ayudaba a todas las tortugas del territorio a resolver cualquier problema que tuvieran. Kochy, se afanaba en cuidar a su círculo familiar y apoyaba a toda la comunidad en numerosas labores, desde la pesca al cuidado de sus crías. Era una tortuga visiblemente feliz y muy reconocida por sus semejantes.
Una noche, mientras contemplaba atribulada el negro-azul del cielo, contempló cómo un pequeño cometa cruzaba la bóveda celeste y se precipitaba al mar produciendo un bello fenómeno: un chisporroteo de luz roja, sonidos de espumas burbujeantes que brotaban ante la fuerte diferencia de temperatura entre el mineral incandescente y el agua tibia. Además, todo ello, estaba perfumado con un ambiente que desprendía un fuerte olor a azufre y salitre de mar.
La impresión que predominaba en sus ojos de tortuga perspicaz era la línea perfecta de luz que el asteroide dibujó en el firmamento. En ese momento, cayó en su cuenta de que todo en la vida estaba perfectamente organizado y que todo fenómeno tenía siempre un origen. Fue entonces cuando advirtió que, asimismo, la vida tendría que tener, como la luz que desprendía ese cometa, un origen y un final.
Empezó a sentirse conmocionada, al comprobar que nunca se había preguntado cuál era su propósito en la vida. No sabía para qué hacía las cosas, sólo sabía por qué las hacía. Descubrió una profunda desazón en el fondo de su corazón al saberse huérfana de un destino. Es más, despertó en su interior una alerta: acababa de ser consciente de que todo esto era un lío que por sí misma no podría resolver. Fue entonces, cuando hizo lo que todas las tortugas hacen cuando están perdidas o son arrastradas por la corriente sin saber a dónde ir: decidió viajar para consultar al oráculo de la isla de Tuketú, donde la vieja tortuga Achok, la venerable sabia sin respuestas, ayudaba a las tortugas perdidas a encontrar su camino.
Pasó toda la noche nadando con sus aletas doloridas, de tanto remar sin descanso, hasta llegar a la pequeña isla volcánica de Tuketú, donde la humilde Achok tomaba el sol del amanecer bajo un caparazón cuarteado por el paso del tiempo. Sin pestañear, miró de reojo al húmedo galápago, recién llegado que le dijo:
- Necesito tu ayuda, oráculo de Tuketú, sabia Achok, maestra de las tortugas perdidas. Anoche, descubrí, iluminada por el cometa que cayó el mar, que vivo en una inercia inconsciente. No sé ni quién soy. No sé dónde voy. Desconozco el sentido de mi vida.
Achok, sin mover una ceja, le respondió mirándola con una sonrisa plácida y comprensiva:
- Valiente Kochy, sin duda algo intenso hay en ti que te conmueve para nadar toda la noche y recorrer tantas millas para venir a visitarme, pero ya sabes que el oráculo no da respuestas, las respuestas están en ti. Sin embargo, por tu esfuerzo, te voy a regalar una pequeña oración y las cuatro preguntas secretas de la isla de Tuketú. Escucha atentamente la oración, porque tendrás que apuntarla en la arena de la orilla y memorizarla antes de que las olas las borren. Es la ley del oráculo de Tuketú: “Las tortugas somos animales libres, que buscamos nuestro camino, que descubrimos nuestra verdadera naturaleza y nos encontramos con nosotros mismos cuando nos salimos del caparazón, que nos desarrollamos como tortugas auténticas ante el encuentro con otras tortugas. Por eso, las tortugas nunca nadamos solas”
Achok, tomó un poco de aire, mientras observaba con presencia plena a Kochy que escribía las últimas letras en la arena de la orilla. La vieja tortuga señaló de nuevo:
- Tras recitar la oración has de reservar un poco de tiempo para responderte a las cuatro preguntas que debes hacerte cada día para encontrar tu camino y relacionarte con los demás desde tu yo tortuga esencial: “¿Quién eres tú?, ¿Qué sientes realmente?, ¿Qué necesitas de los demás?, ¿Que puedes hacer tú para mejorar como tortuga? Eso es todo Kochy, se acercan otras tortugas que, como tú vieron caer el cometa y vienen en busca de más preguntas a sus respuestas. Te deseo un feliz viaje y recuerda que en el poder de la continuidad reside la fuerza para encontrar tu camino, repite la oración y las preguntas todos los días.
Kochy pasó su viaje de vuelta memorizando las palabras de la oración, satisfecha por el privilegio de haber conocido a la venerable Achok y convencida de que esa conversación iba a marcar un punto de inflexión es su vida. Su viaje a Tuketú, como pasó con sus ancestros, era el rito de paso inevitable para ser una tortuga nueva, con una vida plena y digna de ser vivida. Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.